viernes, 22 de octubre de 2010

Libertad

LIBERTAD

Por: Sherezada Onirica Viajera (Karonlains)



Hace poco, y después de una ardua lucha con Al-Lah, regresé al Islam.

Hoy por cuestiones climáticas (es decir, por culpa del frío y la lluvia constante), usé mi jata alrededor de la cabeza, como ya lo he hecho en otras ocasiones (incluso antes de hacer Chajada), sólo que esta vez fui consciente de las miradas y ojos acusadores de muchos, y en especial, muchas de las transeúntes.

Los que me conocen saben acerca de mi habilidad para meterme en líos gratuitos, y fiel a mis convicciones (que siguen siendo las mismas pues Al-Lah las ha puesto en mi corazón), decidí hacerle la conversación a una mujer en especial, que me miraba con rabia y compasión. La escena fue más o menos así: Me senté a su lado en el bus y cuidadosamente le pregunté la hora. Ella me respondió mientras se removía incómoda, atrapada como estaba en su puesto. Esperé el tiempo prudente y luego le volví a preguntar, esta vez por la ruta sobre la que me encontraba. Como volví a notar su reacción, le pregunté directamente: "Disculpe, ¿la incomodo?"

Entonces continuó el diálogo que transcribo a continuación:

—¿Es usted árabe?

—Árabe no, musulmana sí, ¿Por qué?

—Porque me parece el colmo que en pleno siglo veinte haya mujeres que se dejen manejar de esa manera. ¡Porque es irritante ver a alguien tan hueca y sumisa como usted!

¿Cómo podía imaginar yo, que salía de dictar clase a futuros tecnólogos, e iba hacia Ciudad Bolívar a seguir trabajando como coordinadora de proyectos, que me dispararía semejante frase? Con la amabilidad que me caracteriza, le seguí la conversación:

—¿Por qué dice eso?

—Por usted, ¡mírese! No es sino verla para imaginársela pegada a un lavadero, obedeciendo las órdenes de su marido.

De manera instantánea tuve una fugaz imagen mental de mi futuro esposo dándome órdenes y sonreí.

—Que pena, le vuelvo a preguntar, ¿Por qué dice eso?

—Pues porque usted es una de esas tontas que se visten como monjas, y que les lavaron el cerebro diciéndoles que les toca vestirse como tontas para ser mujeres...

Conforme ella iba hablando, caí en cuenta que además de la jata, llevaba falda larga y camisa ancha, lo que reforzaba su imaginario de una mujer "tonta"... o de una hippie loca de los años 60 que vivía en comunidades open mind, pero como llevaba jiyab...

—Despierte mijita, nosotras ahora somos libres, ya no nos tenemos que someter a los hombres...

Entonces recordé el látigo mojado puesto al sol, que mi futuro esposo trenzó con tanto cariño para mí...

—Usted puede trabajar y mantenerse solita, y no tiene que andar por ahí, ojalá Dios la ilumine y pueda entender...

—Mire, yo no me someto a nadie, si me visto así es porque yo lo decido... —empecé a explicar, pero no pude continuar porque ella, indignada, se levantó, me pidió permiso y salió del puesto, dejándome con la palabra en la boca para bajarse del bus.

Luego de tal escena, con la mente un poco divida entre la obediencia a mi futuro esposo y el recuerdo de su látigo, empecé a preguntarme: ¿qué acaba de suceder?

La respuesta llego a mí esta noche como una epifanía: había sido testigo de un acto de libertad occidental en su máxima potencia.

En una sociedad donde el egoísmo es la marca dominante, la creencia en la superioridad humana se ha convertido en el dogma, y el paroxismo de libertad femenina ha sido la desnudez, prostitución y cosificación de mil maneras distintas. La norma de ser libre se ha convertido en una imposición y no en una opción.

Pero no es la libertad de ser y vivir, no es ser libre de cualquier manera, es ser libre a SU manera, comprando las ideas que nos venden. Es la libertad que nos da usar unas Converse originales, aunque no tengamos para comprar el mercado. La libertad de someternos a cirugías estéticas en busca de la confianza y la autoestima que no encontramos en el espejo por las mañanas. La libertad de comprar a manos llenas y bolsillos vacíos cuando la depresión nos recuerda la soledad en la que estamos inmersos. En fin, la libertad que te venden en vallas de brillantes colores y valiosos minutos de televisión.

Yo apoyo la libertad del poder ser, del que busca su camino y lo recorre, del que vive cada día consciente de que su bien estar depende del de otros, y que su estar bien afecta a los demás. Esa es la libertad en la que creo y en la que creeré, aun cuando me vista de mil maneras. La otra libertad, la que me grita que debo convertirme en objeto de deseo, la que me susurra que la belleza cuesta y que una mujer fea no vale, la que me hace una compradora y me motiva a fumar para verme sexy, esa libertad la rechazo y la denuncio como falsa.

Hoy no usé jiyab, pero pienso hacerlo cada vez más permanente en mi vestuario, y cuando alguien me mire o me rechace por creer tener derecho a decidir sobre mi libertad, haré lo que siempre hago: sonreír.

"No se nos otorgará la libertad externa más que en la medida exacta en que hayamos sabido, en un momento determinado, desarrollar nuestra libertad interna."  Mahatma Gandhi.

"Si no tienes la libertad interior, ¿qué otra libertad esperas poder tener?"  Arturo Graf.


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La Vida: Mera Ilusión, Falacia, Vapor sin Valor Alguno (http://mensajesenlaruta.blogspot.com/2011/03/la-vida-mera-ilusion-falacia-vapor-sin.html).


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jueves, 21 de octubre de 2010

Colombia: un país que no quiere a sus mujeres

COLOMBIA: UN PAÍS QUE NO QUIERE A SUS MUJERES

Introducción por Said Abdunur Pedraza



En muchos lugares de Internet, se publica una y otras vez una serie limitada de artículos y videos islamófobos que buscan a toda costa mancillar el nombre del Islam, insultar al Profeta Mujámmad (Bendiciones y Paz de Dios sean con él), encender odios contra los musulmanes, y mostrar una falsa "conspiración islámica" contra occidente (idea que viene reemplazando la anterior idea de la "conspiración judía", idea que sirvió para el surgimiento de grupúsculos violentos de neonazis en Europa, entre otras cosas).

En su mayor parte, la información islamófoba en Internet apunta a señalar a los musulmanes como machistas, misóginos, en fin, una horda de bellacos (apenas poco más que animales) que consideramos a la mujer como menos que un objeto. Muchas personas leen esta información ridícula y falsa, ignorantes de que el Islam ha brindado a la mujer en los últimos 14 siglos más derechos de los que ha recibido en ninguna sociedad (ni siquiera en la sociedad capitalista postindustrial, véase "Derechos y deberes de la mujer en el Islam" [http://mensajesenlaruta.blogspot.com/2009/11/derechos-y-deberes-de-la-mujer-en-el.html] y "La liberación de la mujer a través del Islam" [http://mensajesenlaruta.blogspot.com/2009/11/la-liberacion-de-la-mujer-traves-del.html]).

Pero además, la mayoría lee estas mentiras desconociendo o negando la realidad de su entorno: los casos de violencia contra la mujer (en todas sus formas y a todos los niveles) son de lejos, mucho más frecuentes y terribles en los países occidentales que en los países de población mayoritariamente musulmana. De hecho, en toda Hispanoamérica la violencia contra la mujer cuenta con una tradición cultural de aprobación y tolerancia hacia ella. Tampoco podemos negar que la sociedad capitalista es la que lleva la batuta histórica en cuestiones de cosificar a la mujer y convertirla en objeto de mercantilización, y en mercancía.

A continuación, publico un breve artículo sobre la situación de la mujer en Colombia, un país donde el Islam apenas hace presencia en un número reducido de inmigrantes y en un número creciente pero aún muy pequeño de conversos. Un país mayoritariamente cristiano, esencialmente católico, con una constitución moderna, muy en la línea de la actual globalización económica y cultural del modelo hegemónico angloamericano. Un país que se jacta de ser la democracia más fuerte y de mayor tradición histórica en Latinoamérica, y de ser el principal aliado de Estados Unidos en el continente. Será interesante en un par de décadas, cuando la comunidad musulmana de este país haya crecido bastante y la gente comience a acusar a los musulmanes de ser los originadores de la violencia contra la mujer (como ocurre hoy en España), recordar que mucho antes que el Islam creciera en Colombia, la mujer era tratada como escoria en estas tierras, y no por la población nativa, no por las culturas ancestrales, sino por la imposición de la cultura hegemónica que se nos muestra como la "verdadera civilización".

Quizás entonces, datos como este nos sirvan para reflexionar que si las cosas están mal, de nada sirve tomar la salida fácil de muchos europeos, que simplemente señalan como culpables a "los otros", en particular, los musulmanes, sino que las cosas vienen mal de mucho antes, y que por tanto, con perseguir a "los otros" no se va a solucionar el problema. Que incluso, tal vez esos "otros" tengan ideas, costumbres, normas, que puedan ayudar a mejorar la situación que se ha deteriorado no por cuestiones religiosas, sino más bien, porque las cuestiones religiosas se han dejado de lado para que sea el mercado y sus leyes los que gobiernen nuestras vidas.



COLOMBIA: UN PAÍS QUE NO QUIERE A SUS MUJERES


LAS REPRESENTACIONES SOCIALES, a través de sus reiterados mensajes, circulan entre las generaciones creando la imagen de que son saberes probados por el paso de la historia y, por ello, verdades sabias y absolutas.


Contra estas creencias populares han luchado por décadas los grupos degradados por ellas, como las mujeres. Sin embargo, nada más difícil de cambiar que las visiones arraigadas en el tiempo como aquellas que sugieren que la función de la mujer es la procreación, que si la violan es porque provoca y que, pese a ello, debe ser una compañera paciente y complaciente. De aquí que no sorprendan —aunque irriten y preocupen— los resultados del estudio que presentó esta semana el Programa Integral contra Violencias de Género, en el cual se recoge, de la manera más rigurosa, la concepción que se tiene en Colombia de las mujeres. Concepción que por lo demás es responsable de desprecios, como el de la vida, representado en 1.523 asesinatos el año pasado, que equivalen a casi cuatro mujeres muertas por día.

Aunque se hayan implementado políticas y normativas para modificar tales representaciones y garantizarle a la mujer sus derechos, persisten imaginarios, actitudes y prácticas que toleran y avalan la violencia física, sexual y psicológica hacia ellas. Según lo demostró el estudio, el 78% de los cuestionados cree, por ejemplo, que si un hombre está disgustado es mejor no molestarlo. El 73% está en desacuerdo con que las mujeres hagan lo que quieran y sólo el 39% está en total desacuerdo con que sea deber de la mujer tener relaciones sexuales con su marido así no lo desee. Esto último refleja la convicción del rol pasivo de la mujer en la sexualidad que, sin embargo, y de manera paradójica, no la exime de la responsabilidad última del cuidado sexual y del embarazo. Y, como si la censura de la autonomía y el goce no fuera suficiente, uno de cada diez de los hombres encuestados cree que las esposas deben aguantar transgresiones para mantener la unión y una de cada diez personas —hombres y mujeres— justifica el castigo físico en caso de infidelidad.

Los resultados, afortunadamente, no son del todo homogéneos. Las nuevas generaciones y las personas con mayor educación tienen percepciones más respetuosas de la mujer. También lo hacen los empleados de las instituciones del Estado; avance valioso dadas la visibilidad y poder que manejan. A diferencia del 40% de la población encuestada en los hogares, sólo el 2% de los funcionarios considera que para ser hombre hay que ser aguerrido o valiente y con respecto al rol en la sexualidad, sólo una minoría coincide con la idea de que los hombres necesitan de más sexo que las mujeres y únicamente el 1% considera que la masturbación es una práctica exclusivamente masculina. Resultados, como muchos otros, muy positivos, incluso en el caso de que respondan a la presión institucional que obliga a respuestas políticamente correctas.

No obstante, sin ánimo de desconocer los avances, la situación sigue siendo crítica. Entre los funcionarios, por ejemplo, se cree todavía que la violación se explica por la incontrolable tentación de los escotes y en los hogares que “el amor se expresa de muchas formas, incluso a golpes”. Es tenebroso, además, que la embriaguez siga justificando en un alto porcentaje la violencia en tanto se argumenta que el “pobre” borracho no sabe a quién ultraja. ¿No ve acaso a quién maltrata? Escabrosos imaginarios, sin duda, pero más escabrosa es la tranquilidad con la que espectadores consienten la violencia. Ya es hora de que el país entienda que no hay tal cosa como mujeres a quienes les guste que las humillen, las golpeen y abusen de ellas, y mucho menos que lo requieran o lo merezcan.


Editorial del periódico colombiano El Espectador, del 15 de octubre de 2010. Tomado de http://www.elespectador.com/articulo-229951-colombia-un-pais-no-quiere-sus-mujeres.
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miércoles, 13 de octubre de 2010

El mayor genocidio de la historia

El mayor genocidio de la historia

(Reflexiones sobre el 12 de Octubre)

Por: Miguel Manzanera

Hace un par de años, un amigo del que me honro, Esteban Mira Caballos, publicó un libro excelente, Conquista y destrucción de las Indias, en el que intentaba averiguar la veracidad de Bartolomé de las Casas en su narración sobre la invasión española y portuguesa de América, la Brevísima relación de la destrucción de las Indias. Esteban es historiador de la Universidad de Sevilla, especializado en el tema de América, y su libro ha levantado ampollas entre profesores y catedráticos de la universidad, sus compañeros de estudios de ideología conservadora. Pero ha sido alabada por Josep Fontana, catedrático de la Universidad de Barcelona y uno de los historiadores más prestigiosos de nuestro país. La integridad intelectual de Esteban está fuera de sospecha: para preservar su libertad de pensamiento, prefiere ser profesor de secundaria y escribir lo que cree verdadero sin depender de nadie. Gracias a ese talante independiente podemos disfrutar de sus aportes innovadores sobre la historia de España.

En ese estudio demostraba que la descripción lascasiana del genocidio americano no tiene un ápice de exageración. Se cometieron barbaries increíbles, crímenes incontables, asesinatos, violaciones y torturas por miles de miles, un reinado del terror para someter a la población indígena del Nuevo Continente recién descubierto. De las Casas habla de millones de muertos, pueblos enteros pacíficos y hospitalarios fueron pasados a cuchillo en el continente, archipiélagos del Caribe fueron devastados y quedaron desiertos de seres humanos tras la invasión española, guerras desiguales en las que unos pueblos desnudos y con flechas rudimentarias se enfrentaban a hombres acorazados y armados con armas de acero y fuego. También nos habla de los asesinatos de niños y mujeres embarazadas, de las miles de personas quemadas en la hoguera o empaladas en estacas, de los castigos corporales y el trabajo excesivo, etc. Esteban Mira ha investigado en los diferentes Archivos de Indias, que contienen los documentos de la conquista, para comprobar que todo lo que cuenta De las Casas es verídico, no pertenece a la fabulación del teólogo dominico, sino a los hechos históricos.

Hoy se calcula que el 90% de la población americana desapareció en ese choque de civilizaciones: 70 millones de muertos. Es cierto que las epidemias causaron una buena parte de la mortandad, pero también es cierto que la reducción de los pobladores originarios del continente americano a la esclavitud, mediante la práctica de la encomienda, debilitó espiritual y corporalmente a los aborígenes con castigos y penalidades, imponiéndoles el trabajo hasta la extenuación. También es cierto que hubo una legislación protectora de los indios, pero sin efecto ni aplicación, fue puro papel mojado para salvar la cara de la monarquía española. La conquista de un territorio tan vasto como el continente americano fue un prolongado acto terrorista en el que una jauría de lobos entró a saco en un rebaño de corderos.

Un argumento que se ha dicho para justificar ese horror es que cualquiera habría hecho lo mismo, incluyendo en ese cualquiera a las propias víctimas. No se puede ignorar el grado de incapacidad moral y la falta de penetración psíquica que contiene esa falacia. En primer lugar, equipara las víctimas a los criminales, todos son lo mismo: si la víctima pudiera se convertiría en verdugo. Pero el hecho es que esas víctimas padecieron los crímenes contra la humanidad, no fueron ellos quienes los cometieron, y los verdugos atentaron contra los derechos de los indígenas sin merecer el más mínimo paliativo. No se puede comparar lo uno y lo otro. Y en su mayor parte la población americana —aún la que estaba sometida a los imperios azteca, inca y maya—, vivía en paz antes de la conquista. De las Casas describe a los indios como pueblos pacíficos y tranquilos, asaltados por criminales sin escrúpulos.

En segundo lugar, la falsedad de ese argumento no reside sólo en su descalificación de la especie humana en general, sino que indica una peligrosa identificación con los verdugos. Hay que decirlo bien alto y claro: los españoles han sido peores que otros pueblos —y posiblemente lo siguen siendo. El que se identifique con lo español, con el Estado y la Iglesia de España, es sospechoso de intenciones genocidas. Pues la historia se ha repetido muchas veces, comenzando por la conquista y destrucción de al-Ándalus por los reinos cristianos de la península, siguiendo por la conquista de América, continuando con las guerras de religión en Europa, con la criminal guerra de Cuba y también, ya en el siglo XX, con el genocidio de la guerra del Rif contra la República revolucionaria fundada por Abd-el-Krim. La culminación de esa historia de crímenes fue la guerra civil, un nuevo genocidio contra los pueblos de la Península Ibérica.

Se ha repetido hasta la saciedad también que el objetivo de la conquista fue la conversión de las masas americanas al cristianismo, la redención de las culturas indias que todavía se encontraban en el paganismo. Se ha hablado de los hechos heroicos que se realizaron en pos de esa grandiosa hazaña por la fe católica. Toda esa épica se puede desmontar en pocas palabras, cuando se conoce la verdad de la historia: los conquistadores no fueron héroes, sino asesinos. Y su objetivo no era la salvación de los indios, sino la búsqueda de oro y plata para enriquecerse y labrarse un futuro de prosperidad al regresar a su patria. Esas riquezas eran robadas a los indígenas americanos, después de matarlos. La mayor parte de los metales preciosos adquiridos era destinado vía impuestos a engrosar las arcas del Imperio, exhaustas por las continuas contiendas entre los Estados europeos. La monarquía española permitió todas las atrocidades porque necesitaba oro y plata para financiar sus guerras en Europa contra los herejes protestantes, buscando su sometimiento a la fe católica. Además recuérdese que los indios tuvieron que trabajar como esclavos en las minas, tras el descubrimiento en Potosí de una fabulosa montaña, llena toda de minerales preciosos y que hoy en día, después de 500 años, todavía está en explotación.

Buena parte de ese oro fue derrochado por los españoles. No sólo para la financiación de las guerras, sino para la importación de mercancías. La llegada masiva de metales preciosos a las economías de los reinos peninsulares —Andalucía, Castilla, Valencia, Galicia, Cataluña, etc.—, provocó una inflación de precios que acabó por hundir la actividad productiva, ya deteriorada tras la derrota del movimiento comunero —de carácter burgués y artesanal—, y la expulsión de moriscos y judíos de la Península Ibérica. De ese modo desapareció una rica y floreciente industria que se había desarrollado en los albores de la Edad Moderna en Iberia. Con la economía hundida, la mayor parte de las mercancías que se consumían en la Península Ibérica provenía del extranjero. Por eso, la mayoría de los tesoros importados desde América acabaron en las arcas europeas. Como dice Quevedo, don Dinero nace en las Indias honrado…, viene a morir en España, y es en Génova enterrado.

La cantidad de oro y plata llegada de América fue utilizada para acuñar moneda en Europa, de modo que el comercio floreció y con éste la industria. Es la etapa mercantilista del primer desarrollo capitalista: mientras el Imperio español dilapidaba sus ganancias fácilmente conquistadas con el robo y el crimen de los pueblos americanos indefensos frente a los codiciosos españoles, los Estados europeos se empeñaban en atesorar metales preciosos para garantizar el comercio y la prosperidad de sus países. Una prueba más de que el Imperio y el capitalismo van siempre juntos. Dicho sea de paso, en eso se equivocó Lenin cuando dijo que el imperialismo es la fase superior del capitalismo. Por el contrario, el imperialismo, la rapiña de materias primas para impulsar el desarrollo económico, es la otra cara del capitalismo desde sus orígenes. Lo que pasa es que aquel capitalismo incipiente estaba naciendo entre los pliegues de la monarquía absoluta, protegido por ella, pero también en guerra contra ella. Dicho sea en honor de los holandeses y su guerra de independencia contra el Imperio de Felipe II.

Lejos de los fastos del Descubrimiento, lo que mañana tenemos que conmemorar no son las hazañas gloriosas de nuestros antepasados, sino los crímenes injustificables de nuestra historia. Un día de meditación y humildad, solicitando el perdón de las víctimas y ofreciéndoles la necesaria reparación.



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El Islam en América Antes de Colón (http://mensajesenlaruta.blogspot.com/2010/03/el-islam-en-america-antes-de-colon.html).
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