miércoles, 3 de marzo de 2010

Ernst Jünger y la Libertad

ERNST JÜNGER Y LA LIBERTAD

Por: Dr. Abdalqadir as-Sufi.


Intervención en el Simposio sobre Ernst Jünger en Bilbao, 1989.
Traducido del inglés por Yaqub Gharibi Al Muhayyir.


Es un honor significativo abordar el tema de la ‘Gestalt’, la ‘Figura’, de la libertad, en la obra de Ernst Jünger, aquí en Euskalherria. La lucha continua de la Nación vasca por la independencia plantea cuestiones vitales para toda la humanidad en nuestro tiempo. Cuestiones que Jünger, en su larga vida, nunca ha dejado de examinar e iluminar. Y aquí no se trata de una cuestión académica, sino de una cuestión de vida o muerte: si una metodología no da lugar a la meta deseada, es la metodología que debe ser desechada, y no el objetivo.

Desde la perspectiva Jüngeriana, no es sorprendente que el pueblo vasco haya sido traicionado primero por la dictadura y luego por la democracia constitucional. En la puerta de al lado, en Francia, el principal modelo de la constitución democrática, que consagra los derechos de libertad, afirma también su derecho a prohibir a sus ciudadanos separarse del Estado nacional. Usted puede elegir todo, menos el derecho a rechazar el sistema globalizado, tal como en España, Estados Unidos y Rusia. Esto no ha sido entendido. Todo el mundo votará en las próximas elecciones. El Estado estructuralista no es más que un receptor de la deuda hacia la nueva estructura de poder de la oligarquía financiera, cuyo personal no es elegido por ningún fuero conocido. Solzhenitsyn ha demostrado amargamente que el horror del Gulag no fue un abuso de la constitución soviética, sino una aplicación entusiasta de ella.

Este siglo, el cual ha sido la vida de Jünger, se revela como lleno de contradicciones. Sus principales víctimas, después de enormes sufrimientos, se han convertido a su vez en los verdugos. Según el profesor de Historia Norman Stone de la Universidad de Oxford, en 1945 tuvimos el macabro espectáculo del Doctor Mengele conduciendo alrededor de las ruinas de Hamburgo con una maleta cargada de ojos humanos, extraídos de las víctimas de los campos de concentración, para su estrafalaria investigación. En 1989, en la televisión de la BBC, tenemos la desgarradora súplica de una mujer, doctora, por un centenar de ojos de vidrio para niños de edades comprendidas entre los seis meses a los doce años, víctimas del ejército israelí que ha apuntado a los ojos para aterrorizar a las familias de los niños de la intifada. Contradicción moral. Contradicción política también, incrustada en la otrora potente dialéctica entre izquierda y derecha. Thatcher besa a Gorbachov. Les extremos se tocan.

Jünger escribió que la primera guerra mundial puso fin a la monarquía, y la segunda guerra mundial puso fin al estado nacional. La formación de la entidad europea indica el comienzo de la estructuración del mundo en Súper Estados. Pero lo más importante, detrás de esto, la entrada a un nuevo sistema financiero mundial moviéndose con una lógica inexorable hacia un sistema de moneda universal y un estado planetario.

Es contra este contexto cambiante de estructuras de poder en evolución y disolución que el corpus Jüngeriano emerge. Sin embargo, con el fin de acercarse y apreciar la posición magistral de Jünger, es necesario situarlo en una topología diferente con un conjunto diferente de pensadores originales, ninguno de los cuales apuesta por los juegos estériles y anticuados de la persecución dialéctica que pertenecen a la sombría y árida hipocresía de los años de la Guerra Fría. Así que debemos tratar de comprender la dinámica de una nueva forma de pensamiento y de evaluación, una vez que el materialismo dialéctico y el determinismo psicológico sean dejados atrás. Por esta razón puede verse a Jünger abordando el futuro, y al final del siglo, anunciando una nueva era.

Lo que, en términos intelectuales, ha terminado, simplemente es el estructuralismo. Podemos estudiar ahora las ruinas de un complejo brillante de sistemas entrelazados, que se refrena notablemente en los oscuros días de la segunda mitad de este siglo. No se nos puede escapar ahora que la ortodoxia dominante, efectivamente, ha mantenido el statu quo, que estaba allí para potenciar a las fuerzas emergentes del nuevo sistema financiero de poder. Finalmente, la crítica dialéctica emergió como el mecanismo de defensa de la banca mundial. La aprehensión del futuro quedó en manos de los poetas y los filósofos. El primero de estos entre los poetas es Jünger, y entre los filósofos, Heidegger.

Nietzsche había declarado que los filósofos no escriben para el presente sino para el futuro, y Heidegger se ha referido a esta frase en más de una ocasión. Tanto Vintila Horia como Stefan Kohl, ambos profesores, se han referido a la conexión entre Jünger, Heidegger y Heisenberg, pero por favor permítanme referirme a ella una vez más dado que su importancia no puede ser soslayada.

Georg Gadamer ha hablado vívidamente de la enorme inquietud intelectual que vibraba en el mundo filosófico al aparecer la primera obra maestra de Heidegger, «Sein und Zeit» en 1927; ya que, créanlo o no, Jürgen Habermas escribió en otoño de 1977, en una cita en la página 156 del número seis de la revista de la facultad de postgrado de filosofía: “«Sein und Zeit» es el acontecimiento filosófico más importante desde «La Fenomenología» de Hegel”. Lo que Heidegger había puesto al descubierto, en este y en varios libros posteriores, fue el engaño en el corazón de la descripción kantiana de la subjetividad. El impacto de este desvelamiento fenomenológico del procedimiento de la observación, que fijaba al observador absoluto sobre y en contra del objeto abarcado, y el cual pretendía una ilusoria pureza en el suceso, resonó a través de todos las ciencias fundamentadas fenomenológicamente: en primer y vital lugar, la historia, después la psicología —en particular los métodos psicoanalíticos—, la antropología, la sociología y, finalmente, la lingüística.

Este trabajo había cambiado para siempre los términos del discurso filosófico. La comprensión de Heidegger de la naturaleza de la técnica fue el resultado de su exploración fenomenológica del procedimiento del “cada día” el cual resulta de todos los requerimientos abarcados. Esta exploración pone al desnudo, o quita la cáscara, a aquellas relaciones interconectadas de la acción humana, que hasta entonces no habían sido cuestionadas a causa de no haber sido aisladas e identificadas, fuera del modo de factores asumidos y dependencias desapercibidas. Heidegger extractó a la criatura humana en un acontecimiento de un carácter tan distintivo, que se sintió obligado a cambiar el nombre de hombre por el de ‘Dasein’. Lo que había hecho era nada menos que desechar la imagen del hombre como el producto esclavizado final de la funcionalidad y la pasividad no confrontadas. Él la sustituyó por una visión del hombre como un ser orientado a un proyecto, activo y comprometido en el encuentro con su significado y su mortalidad.

Así que lo que Heidegger abrió para el futuro era nada menos que la fenomenología de la libertad, que por implicación, puso al desnudo los mecanismos de la esclavitud, los que hacen a la paz parecerse a la guerra, la libertad legislada a una producción de campos de esclavos, la investigación abstracta a una producción de armas nucleares, y la psicoterapia a una producción de consumidores pasivos. Esta, la moderna revolución en el pensamiento, aún hasta hoy enconadamente resistida, tuvo lugar en un ambiente intelectual muy particular. La acción de Heidegger de romper los lazos de visiones filosóficas obsoletas de la existencia —de hecho de las cosas mismas, por no hablar del hombre—, escasamente había sucedido, salvo por los descubrimientos que tomaban lugar en su tiempo en el campo de la física de alta energía.

No sólo el descubrimiento sino el pensamiento mismo de Niels Bohr y Heisenberg, eran los elementos radicales de la penetración Heideggeriana. Lo que fue tan profundamente entendido por los científicos y los filósofos de finales de los años veinte y principios de los años treinta, fue ignorado por los teóricos políticos de los oscuros años cincuenta con el aumento de la incomodidad; que la visión fundacional de la base material del universo se había destrozado para siempre. La bola de billar Newtoniana de un átomo había dado paso a un mundo no-lógico de ondas y partículas.

La teoría de indeterminación de Heisenberg había anulado el visado del observador kantiano absoluto. El crudo binarismo del crudo método dialéctico, con su dinámica interna del conflicto tríadico que conduce a la enorme complejidad de los sistemas estructuralistas, de hecho había perdido su base sólida ante una visión del mundo que hablaba de enormes energías: la fusión, la fisión y la paradoja.

Es contra el trasfondo, y después el primer plano, de estos dos innovadores, Heidegger y Heisenberg, que el trabajo de Jünger se sitúa. Su primera novela, «Tempestades de Acero», trata con su experiencia de la Primera Guerra Mundial. El soldado más condecorado en esa carnicería, Jünger, no surge como un militarista. Él escribe como un hombre luchando ante la masacre horrible de la guerra de trincheras. Jünger adoptó la respuesta de supervivencia que era mentir detrás de cada paso de su desarrollo subsiguiente. Se reconoce claramente que la enorme energía destructiva liberada por la guerra no podía volverse atrás por un hombre solo. Su solución fue llevarla adelante, confirmarla, y sin embargo, ser libre de la misma. En la frase del «I Ching»: “Abrazo del tigre, y regreso a la montaña”.


Sin embargo, su espíritu se rebeló contra la pasividad implícita en la aceptación de los grandes acontecimientos. El resto de su vida iba a ser la búsqueda del sentido para luchar intransigentemente por la libertad. En 1929 escribió su primera visión del modo de salir del nihilismo, una frágil esperanza expresada en la oscuridad, que fue convertida veinte años más tarde en el texto de desafío triunfante, «Der Waldgang», «La emboscadura» [1]. Él escribió:

Uno debe trabajar en la soledad como un hombre que se abre un claro en el bosque virgen, sostenido por la única esperanza de que en algún lugar de sus profundidades, otros están trabajando para el mismo fin.

Eso era en 1929. En 1932, se publicó su primera obra maestra, «Der Arbeiter». En esta, Jünger declaró:

Aún queda por destruir la leyenda según la cual la cualidad esencial del trabajador es una cualidad económica.

Jünger estaba asumiendo un tema muy profundo, y para hacerlo tuvo que abandonar el lenguaje del debate político. Sin embargo, no estaba abandonando la lucha, sino que la estaba librando sobre nuevos territorios. En lugar de argumentos utilizó el mito de una manera nueva, pero además con un nuevo reconocimiento de su poder, que sólo había sido identificado y expresado por primera vez en Alemania por una nueva escuela de antropólogos. «Dionysos, Mythos und Kultus» de W.F. Otto, apareció un año después de «Der Arbeiter».

Jünger le dio a esta forma mítica el nombre de ‘Figura’ o ‘Gestalt’. ‘El trabajador’, por lo tanto, no era un concepto estructural, ciertamente no se define por su posición estructural dentro del marco del capital. No implicaba a un grupo histórico coherente de trabajadores. ¿Qué era la Gestalt? Heidegger, en su famoso texto-respuesta a Jünger «Über die Linie» dijo:

“Para usted, Jünger, la Gestalt representa lo que es accesible sólo en una visión, ser encontrado en esta visión, que entre los Griegos se llamaba 'idein' —una palabra que Platón emplea para una mirada en la que no se considera lo cambiante de la percepción de los sentidos, sino lo inmutable, el ser, la ‘idea’. Usted también caracteriza a la Gestalt como el ser en calma. La Gestalt no es ciertamente una idea en el sentido del significado de la filosofía moderna, algo más de lo que es por consecuencia una representación reglamentaria en el sentido de Kant”.

Heidegger prefiere localizar la Gestalt de Jünger como un evento Nietzscheano. Heidegger elogió el trabajo como un logro de peso, habiendo hecho lo que ningún trabajo nietzscheano previo había hecho. Él dijo:

“Se ha comprometido a hacer posible una experiencia de ser y del modo en que se es a la luz del proyecto nietzscheano de ser y de la ‘voluntad de poder’”.

A pesar de esta impresionante definición heideggeriana, hay que tener en cuenta la propia visión de Jünger. En una conversación conmigo, refutó categóricamente que la Gestalt fuera una idea platónica. Señaló: “No se puede ver una idea platónica”. Más bien se refirió al asunto de la gran discusión que tuvo lugar entre Schiller y Goethe. En ella, Goethe planteó exactamente este punto cuando Schiller definió la descripción Goethiana de la metamorfosis de las plantas como una idea meramente platónica. El cometido de Goethe era mucho más profundo: él estaba tratando de transportar la imaginación moderna a nueva forma de visión del fenómeno biológico como entidades que se mueven a través del tiempo y así tomar su significado desde su plena realización en la naturaleza, desde las semillas hasta la descomposición. [2]

Parecería que la Gestalt es mejor entendida como parte de un mundo mítico. Si tomamos al antropólogo suizo Walter Burkert, como el mejor representante de la nueva perspectiva estructuralista, podemos aceptar su definición de mitología: “Un relato estructurado por una secuencia de acciones aplicadas a los hechos de importancia común”. Encontramos entonces que Jünger divide sus escritos entre la labor analítica, la definición de esos hechos de importancia común, trasladándolos al interior de un drama mítico de fuerzas y formas en conflicto, y entonces continúa estos textos con relatos míticos que exploran las profundas crisis de nuestro tiempo. En la primera categoría ponemos «El trabajador», «El muro del tiempo», «La emboscadura»; y en segundo lugar, «Sobre los acantilados de mármol» —«Auf den Marmorklippen»—, «Heliópolis» y «Eumeswil».

La reacción del Partido Nazi a «El trabajador» fue salvaje. Escribiendo en el Völkischer Beobachter, en octubre de 1932, Thilo von Trotha advirtió al autor que había entrado en el campo de la “bala en la cabeza”. El dominio que se esbozó en el libro no era en absoluto el dominio que el Partido Nazi tenía en mente. Ellos veían su rol como el del dominio sobre la tecnología. Lo que Jünger proponía era algo muy distinto. Sin embargo, viendo lo que veía, no propuso una retirada romántica de la técnica, sino como siempre, siguiendo su realismo heroico, él llama al hombre moderno a abarcar el fenómeno tecnológico. Al mismo tiempo, lo que él había visto era el poder ineludible del totalizador fenómeno técnico. Allá por el 1932, Jünger había reconocido que la tecnología no representan un conjunto de herramientas complejas para el uso del hombre, sino un nuevo poder: la técnica, que tenía su propia realidad y lógica interna que al final haría del hombre un subordinado.

Jünger identifica al hombre moderno como bajo la Figura (Gestalt) del trabajador. Cada uno de ellos se define dentro del todo abarcador sistema de la técnica. Es en este sentido que Heidegger declaró que Jünger había definido al nihilismo por fuera de la época. Sin embargo, la intención del autor no era meramente descriptiva, sino prescriptiva. Su punto de vista es aceptar siempre primeramente la vasta fuerza ondulatoria engullidora del tiempo, y entonces preparar la estrategia de supervivencia, el escape y, ulteriormente, la victoria sobre él. En primer lugar anunció: “la sociedad burguesa está condenada a muerte”. Luego advirtió:

“La sociedad se renueva mediante la simulación de ataques contra sí misma. Su carácter impreciso, o mejor dicho su falta de carácter, le permite absorber incluso la negación más violenta de sí misma.”

Uno podría en este punto referirse a los acontecimientos de 1968, que lograron colocar a Georges Pompidou, un Rothschild, en el palacio presidencial de París. Jünger llegó a identificar las fuerzas claves de la acción. Dijo:

“Lo que debemos identificar es la existencia de una dictadura del pensamiento económico en sí mismo, que engloba toda dictadura posible y los límites de sus decisiones”.


Eso, en 1932. Hoy podemos leer que Lord Lever, Asesor Financiero del Gabinete británico, declara que el pequeño poder que los gobiernos tienen sobre los mercados del mundo es impredecible y peligroso, y que ha llegado el momento de la unificación de los Súper Bancos en una autoridad central que pueda controlar los mercados mundiales de manera ‘racional’.

Jünger hace su causa de que la economía es simplemente perniciosa y los procesos industriales en sí mismos y como tales, parte del sistema total que es la técnica. Lo que está en cuestión, insiste, no es ni la libertad económica, ni el poder económico sino el poder en general. Desde el momento en que nuestra experiencia toma la forma de la Gestalt, nos convertimos en la Gestalt. No se trata de un nuevo pensamiento grandioso, sino de un modo de ver que, una vez asumido, revela las Figuras (Gestalts) en movimiento de la época y sus relaciones con otras. El individuo ya no es más la única entidad de las masas más de lo que el átomo es partícula única de la materia, por ello, ahora puede ser visto también como una Gestalt dinámica y fluyendo. Jünger explicó:

“Un gran número de hombres no constituyen una Figura y la partición de la Gestalt no conduce al individuo, porque la Gestalt es el todo que contiene más que la suma de sus partes. Un hombre es más que la suma de los átomos, las extremidades, órganos y humores de los cuales está compuesto. Una pareja de esposos es más que una mujer casada. Una familia es más que un hombre, una mujer y un niño. Una amistad es más que dos hombres, y un pueblo es más de lo que puede ser expresado en los resultados de un referéndum, o una suma de votos políticos”.

Señoras y señores, ¿no es el pueblo vasco algo más que los resultados de un referéndum?

Jünger continúa:

“Es muy importante para nosotros, recuperar la conciencia de que un cadáver no es una especie de organismo privado de un alma. Entre el cuerpo en el segundo de la muerte, y el cadáver en el segundo siguiente, no hay la menor conexión. Eso ya está implícito en el hecho de que el cuerpo abarca más que la suma de sus partes, mientras que el cadáver es idéntico a la suma de sus partes anatómicas. Es un error que el alma, como una llama, deja tras de sí polvo y ceniza, sino que es de la más alta importancia que la Figura no se puede reducir a los elementos de fuego y tierra, por este hecho el hombre como Gestalt pertenece a la eternidad. Es allí en la Figura que reside el valor innato, inmutable e imperecedero, independiente de toda valoración moral: su existencia, la más alta y la más profunda confirmación. Cuanto más nos involucramos en las corridas de toros, más llegamos a persuadirnos íntimamente de que escondido detrás de estas hay un ser en calma, y que cada aceleración de la velocidad es sólo la traducción de un lenguaje original, imperecedero”.

Desde esta percepción, Jünger, como Nietzsche antes que él, esboza una fuerza salvaje. Él encuentra en el hombre una energía que él define como realismo heroico y que no es el producto del idealismo o del materialismo. Él resume esta reflexión metafísica diciendo:

“La visión de la Figura es un acto revolucionario, ya que reconoce a un ser en la plenitud completa y unitaria de su vida”.

Debe quedar claro en estas citas que lo que está haciendo Jünger es recuperar para el hombre la centralidad de su existencia en el punto exacto de la historia en que está más reducido y deshumanizado. Jünger está trabajando con la imaginación del hombre moderno en la misma zona que concierne al filósofo Heidegger. Su comprensión de la naturaleza de la técnica moderna y su control sistémico sobre los destinos y las identidades de los hombres, era sorprendentemente exacta en su entendimiento no sólo de cómo funciona la técnica sino de cómo sería en su proyección futura. Este no es un mundo dominado por artefactos técnicos —la lavadora, el coche—, sino por las redes de carreteras, los sistemas de electrificación y el abastecimiento del agua. Jünger nos vio pertenecientes a una serie de sociedades sin siquiera darnos cuenta, y por lo tanto, en común con todos sus miembros. Así que he asumido una identidad social como un consumidor de electricidad, un usuario de carreteras, y ahora como un televidente, todo esto sin comprensión de mi realidad. Los gobernantes de la infraestructura son los gobernantes del individuo. El estado domina a todos los hombres en una nueva esclavitud que es elegida y votada por las masas. Ellos lo quieren. No hay clases ahora en la medida en que todos viven bajo el dominio de la técnica. Es en esto en lo que se expresa el nihilismo al máximo. Pero, en total concordancia con la lectura de Nietzsche de Heidegger, Jünger insiste en que el camino hacia la libertad está en zambullirse en la nueva realidad, abarcándola, tomándola, y, por la fuerza, yendo más allá de ella. Tal como sus críticos ignorantes habían visto en su primera fase sólo a un militarista entusiasta, y la segunda podía verse como una rendición a la automatización y al poder sistémico, más tarde, como veremos, en su tercera fase, justo en el momento en que ha hecho su llamada a despedirse de la libertad, se le puede acusar de llamar a rendirse ante la nueva y casi inminente llegada del estado mundial.

En su oferta de un pronóstico del progreso técnico, a veces deslumbrante, no podemos dejar de reconocer su verdadera intención. Jünger está ofrendando la paidea moderna, o educación interior, que desarrollará al nuevo hombre, el “superhombre”, que logrará la transmutación de todos los valores. Así, el hombre, el trabajador, el hombre tecnológico, la unidad de la terminal, el botón de prensa, el receptor pasivo de todos los procedimientos tecnológicos a los que se somete con un sonambulismo entusiasta, puede ser arrancado desde el olvido de las masas mediante la recuperación de su poder más profundo; obstinadamente, y en contra de la evidencia, absolutamente en contra de la evidencia, él confirma la libertad del hombre. Él refuta la dialéctica entre cultura y naturaleza, entre la técnica y lo orgánico.

La Figura del trabajador es superada en una nueva imagen. Explica:

“Nada puede existir que no pueda ser concebido como trabajo. Trabajo es el ritmo del brazo, el de los pensamientos, del corazón, la vida de noche y de día, la ciencia, el amor, el arte, la fe, el ritual, la guerra. Trabajo es la vibración del átomo y la fuerza que mueve a las estrellas y el sistema solar”.

El individuo es libre una vez que ha aceptado que en realidad él es el trabajador. Para distinguir el terreno del hombre nuevo, hace una distinción entre dos tipos de individuos. El individuo ordinario representa la unidad del hombre masa, el zombi viendo la televisión y votando en sentido opuesto a su libertad en elecciones en sí mismas prediseñadas por aparatos técnicos para esclavizarle aún más. El otro lo llama ‘Der Einzelne’, el hombre aislado. Una vez que este hombre nuevo se ha diferenciado a partir de ser un individuo en el viejo sentido, y no diferenciándose a partir de las masas —que es la lucha romántica e inútil del individuo—, se convierte en la fuerza transformadora de la existencia.

Para él, la máquina se convierte en el órgano de intervención de la técnica. Él es el altavoz. La evolución de la técnica no es ilimitada y es aquí que el poder del Einzelne, el hombre aislado que es libre de decidir, termina. Una vez que el carácter limitado de los recursos, y por lo tanto de la técnica, es aprehendido, el juego final ya ha comenzado. Jünger señala sin concesiones que, no obstante, el final de juego no puede ser otro que su conclusión lógica, que es un dominio global en el estado mundial, en la totalidad técnica y en la unidad imperial. Como él mismo dice: “La técnica, contiene en sí misma las raíces y los gérmenes de su última potencialización”.

Jünger, reconoce nuevamente que, junto con el poder global de la técnica vendrá una nueva conciencia del mundo como unidad, y de la identidad, que pide a gritos ser salvada de la lógica, aparentemente irresistible, de la técnica, misteriosamente llamada “progreso”. Dice:

“No habrá ningún espacio, ni vida capaz de resistir a este fenómeno que desde hace mucho tiempo ha llevado el sello de una gran invasión de barbarie bajo múltiples formas: la colonización, el poblamiento de los continentes, la exploración de los desiertos, las aves y los bosques, el exterminio de los pueblos indígenas, el exterminio de las leyes de la vida y las religiones, la destrucción secreta y abierta de las naciones y grupos sociales, así como acciones revolucionarias como la guerra. Poco importa quién triunfe y quién desaparezca, la desaparición y el triunfo anuncian el dominio del trabajador. Los conflictos son múltiples mientras que el cuestionamiento es unívoco. La violencia caótica de la sublevación ya contiene el criterio riguroso de una legitimidad futura”.

Es contra esta situación que él insiste que la distinción entre el mundo mecánico y el mundo orgánico es el signo de debilidad que revela la estructura de fantasía de la proyección política. Esta es la negación del hombre. La Figura del trabajador permite ver más allá de la proyección y penetrar la distinción de valor. El rol del hombre se entiende por fin como un rol de mediación y no una función terminal. Sin embargo, el hombre seguirá subordinado al proyecto técnico hasta que el sistema haya llegado a su fin. Jünger indica que el final se definirá cuando la democracia nacional se convierta en la forma de organización única y universal de los pueblos. Este será el instrumento que se rendirá de buena gana al dominio del estado mundial. En esta sociedad las masas serán igual a la suma de los individuos que las componen. Es entones que el solitario será llamado a actuar.

No hay duda de que «Der Arbeiter» nos deja con conflictos no resueltos y oposiciones intolerables. La delimitación del nihilismo está verdaderamente completa. A pesar de la insistencia en una venidera transmutación de los valores y un superhombre, la forma del ser aún no ha surgido a la luz. Iba a tener que desarrollarse el desastre anunciado y los violentos acontecimientos de mediados de siglo para empujar a Jünger a un compromiso aún mayor con el tema de su vida. Con «Bajo los acantilados de mármol» él se había impuesto en contra del error fatal incrustado en la dictadura. El complot para asesinar a Hitler fue el momento histórico en el cual Jünger no podía dar un paso al lado, a pesar de que contenía una paradoja adicional: su culpabilidad demostrada por la Gestapo y su heroico pasado como un soldado le valió un indulto del gran dictador cuya vida había planeado tomar. Él estaba viviendo más profundamente las contradicciones de su tiempo.

Su vida privada y angustiosa sólo fue expresada en su diario íntimo desde 1939 a 1948. En 1949 se publicó su novela «Heliópolis», un mito que en su narrativa perfora los modelos de cada tipo de tiranía política: la dictadura, el elitismo y la democracia. Su mensaje principal era sin embargo un acto de rebelión, de esperanza y un nuevo comienzo. «Heliopolis», para algunos el libro perfecto de Jünger, es una historia de una soberbia ciudad de palacios, barrios antiguos, edificios nuevos, puertos y castillos. En ella, la tecnología se ha convertido en un poder mágico, tal como lo experimentamos hoy en día. Cada persona lleva un terminal de comunicación que le vincula a todos y cada uno y a la autoridad central. Este sirve como cédula de identidad, pasaporte, chequera, block de noticias, agenda, enciclopedia y acceso a archivos. La ciudad está en crisis perpetua tras el colapso del imperio mundial. Sacudida por incendiarios repentinos, explosiones, y hambrienta por devastaciones anteriores. Lo antiguo, como los valores de caballería, ha sido barrido. La anarquía y el terror imperan. El poder en la ciudad se divide entre un juez y un pro-cónsul. El juez gobierna por el terror y la falsa ciencia, la burocracia, la tortura, la propaganda y el poder de la policía son sus instrumentos de control. El poder del procónsul se basa en el ejército, es conservador y elitista, pero prohíbe el más mínimo acceso a la emoción.

El héroe de la novela es Lucius de Geer, un oficial militar. A través de él entramos en un mundo donde un grupo culto y dedicado de personas buscan en vano una manera de recuperar la cordura en la violenta actividad de la ciudad. En las tardes se reúnen para explorar los significados de la existencia, como el personaje del «Wasteland» de Eliot, que declara: “Estos fragmentos he apuntalado en contra de mi ruina”. El elemento central de la novela es una reunión platónica de amigos con una cultura común, que discuten juntos. En el simposium, un evento inmensamente emotivo, bellamente contado por Jünger, Ortner, el poeta del grupo, decide contar la historia de su vida. La historia en sí misma es mítica, sencilla y poderosa. A simple vista, la historia podría ser interpretada como diciendo simplemente que el dinero no puede amar por ti, o que la búsqueda de la riqueza destruye el corazón, o algo muy simple como la idea de que el amor de una verdadera mujer vale toda la riqueza del mundo. Aunque esto es confirmado, lo que esta historia notable desarrolla, y esto no es otra cosa que el mito de Midas, es que la riqueza obtenida con la ilusión que el poder brinda es una enfermedad devastadora , una neurosis de tal intensidad que para continuar debe negar la vida misma. Este no es un relato moral. Delinea cuidadosamente que la obsesión por ganar dinero e incrementarlo no es otra cosa que el entierro de uno mismo en todos los procedimientos diarios con los cuales se borra la realidad de la mortalidad.

La búsqueda de dinero es el vuelo de la muerte. La adquisición de bienes es la intensificación de la ansiedad por el tiempo. Se trata de una devaluación de todos los valores, la condena al desastre. El rechazo de Ortner del sistema monetario le proporciona su apertura hacia la mujer y su salvación. También es un relato Fáustico en el sentido Goethiano.

La aplicación del personaje central del relato es parte de su despertar. Él afirma categóricamente: “La felicidad se encuentra más allá de los procesos históricos y de sus logros”. Jünger habla ahora con una clara autoridad, releyendo su visión primaria de «El Trabajador»:

“Uno puede estimar ahora que la técnica, en su campo principal de aplicación, está al final de su carrera. El suministro, su energía potencial, va más allá del consumo. Sin darse cuenta, la técnica ha entrado en su tercera fase. La primera fue Titánica, supervisó el mundo de la máquina. La segunda fue racional, y condujo a la automatización perfecta. La tercera es mágica, ya que da vida al autómata dándole un significado. La técnica toma el carácter de encantamiento, se rinde al deseo. Al ritmo se añade la melodía”.

Ahora lo que él llama el exterior de la tierra debe cerrarse sobre sí mismo, ser declarado un vivo espacio vital. El despertar de Lucius llega cuando, movido por la compasión, se aliena de los poderes, al tratar de salvar la vida de un forastero a quien reconoce como un hombre sabio. En el proceso de este encuentro yace el acto liberador del relato mítico, porque Lucio se libera en el mismo punto en el que exteriormente toda libertad ha sido eliminada. Totalmente en la mano de un poder policial implacable, rodeado por el aparato técnico de control, encuentra la raíz de una nueva fuente de poder en las profundidades de su propio ser.

En la escena clave del libro, Lucio toma parte en rituales de drogas psicotrópicas, las que no sólo lo liberan de su miedo, sino que le confirman en el esfuerzo por guiar a los hombres a ser libres social y personalmente. El alucinógeno no es, propiamente hablando, una droga sino un antídoto. Para la apertura de él mismo a sí mismo, se abre a la Divinidad. Al hacerlo, dota al hombre con un valor que en sí es la transmutación de todos los valores, y significa el final del estado de esclavitud. Liberado, Lucio emprende un viaje con su esposa y sus estudiantes para preparar la formación de un nuevo tipo de ser humano. Él habla abiertamente en las últimas páginas del libro de la búsqueda de un descontento supremo que despierte a los hombres y a las mujeres a esta ansia por la libertad. Él declara:

“El juego debe haber agotado todas sus posibilidades. Sólo entonces, puede uno atreverse a lo imposible. Estamos buscando a aquellos que han escapado a la estratosfera. Estamos de acuerdo con la doctrina de Zaratustra según la cual, el hombre debe ser superado por el superhombre. No vemos una obligación moral sino una necesidad histórica. La siguiente etapa será la superación del superhombre. Él irrumpirá en lo humano, lo cual será extraído de este encuentro con un poder superior”.

Lucio emprendió su viaje en medio de las estrellas. Lo que ahora posee, se le dice, es un pasaporte existencial: él es libre. Las páginas finales de «Heliópolis» son las más bellamente escritas, y espiritualmente elevadas. Si hubiera escrito sólo esto, habría sido suficiente para entronizarle como el escritor creativo más grande y sabio del siglo, pero había aún más por venir. Dos años más tarde, produjo lo que debe ser considerado como la cumbre de su arte: la tremenda «Der Waldgang», «La emboscadura». No puedo pensar en una aventura intelectual más grande para un hombre o una mujer joven a sus veinte años, que haberse encontrado con este libro, y descubrir en él su propio valor y significado, y ver un modo no sólo de transformación de sí, sino de cambiar la situación humana de este planeta en peligro. Podría considerarse el ‘libro de Lucius’, el héroe de «Heliópolis».


El libro anuncia: “Necesitamos un nuevo concepto de la libertad”. Definiendo el sistema estatal a través de la metáfora de un barco, y no tan sólo de un trasatlántico, sino de hecho del Titánic, insiste en que la primera pregunta de la existencia es: “¿Es posible permanecer en el barco y conservar la independencia de decisión?”. La Figura central del libro «Der Waldgang», «La emboscadura», es de alguien que se adentra en el bosque, no es una imagen romántica o literal, el bosque se define como lo no temporal. Es la zona interior, donde se hace la ruptura consciente con la horrible mentira del banal y ahora mágico contrato social. No es una forma de anarquía contraria al mundo mecánico. Jünger dice:

“El hombre está demasiado y profundamente atrapado en su construcción. Se vende a sí mismo por debajo de su valor y pierde el equilibrio. Va hacia la catástrofe, el riesgo y el sufrimiento. Se lleva a sí mismo a lugares sin salida que conducen a su caída; pero extrañamente, precisamente allí, prohibido, condenado y fugitivo, es que se encuentra a sí mismo en su sustancia indivisible, imperecedera. Pone al descubierto las ficciones de tiempo y el espíritu se conoce a sí mismo en todo su poder”.

Jünger es ahora un activista en su llamado a luchar por la libertad. Él dice: “No tiene que ver con esta libertad que protesta o emigra, sino que es una libertad que decidió participar en la lucha”. Aquí está un nuevo tipo de hombre y mujer aún comprometidos, no por casualidad sino por elección, con la salud, independientes de la neurosis de las masas esclavizadas con el miedo terrible a la enfermedad y su dependencia de la medicina estatal. «La emboscadura», «Der Waldgang», explica, “es el individuo concreto actuando en el caso concreto. No necesita teorías, ni leyes forjadas por los jefes del partido a fin de saber dónde yace el ‘derecho’. Todo se vuelve simple si algo de pureza permanece en él. Hemos visto que la gran sorpresa del bosque es el encuentro con uno mismo, el núcleo inalterable del yo”. Jünger arriba a su sentencia suprema:

“El verdadero problema es que la gran mayoría no quiere ser libre, porque ello le asusta. Uno debe ser libre para llegar a ser libre, pues la libertad es existencia”.

Para tratar con este asunto está la transacción de la verdad. ‘Freiheit ist la Existenz’, la libertad es existencia, lo que significa que no puede haber sometimiento, salvo a la Divinidad. Esto se llama Islam, pero este es un tema para otro día. [3]

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NOTAS AGREGADAS
(no son parte del original en inglés)

[1] Sobre la traducción del título del libro de Jünger, véase El “Der Waldgang” y su Terminología (http://www.laeditorialvirtual.com.ar/Pages/Junger_Ernst/Junger_DerWaldgaenger_01.htm).

[2] Como complemento, véase Goethe y el Islam (http://mensajesenlaruta.blogspot.com/2010/01/goethe-y-el-islam.html).

[3] Al respecto véase Leyendo la economía de Rodolfo Llinás (http://mensajesenlaruta.blogspot.com/2009/11/leyendo-la-economia-de-rodolfo-llinas.html).


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